Crepúsculo II, 2017, técnica mixta sobre lienzo, 156 x 240 cm. |
A lo largo de mi trayectoria como
crítico de arte tuve la oportunidad de intercambiar criterios, ideas
curatoriales y editoriales con el entrañable amigo Rufo Caballero. Entre
nosotros surgió un estado de complicidad que logró mantenerse a salvo de los inconvenientes
y las tensiones propias del mundillo intelectual; que eludió el continuum, la
linealidad, para manifestar sus verdaderas intensidades por periodos o
disyuntivas históricas específicas. Pienso, por ejemplo, en esa etapa de
experiencias expositivas de carácter didáctico o de tesis de los años noventa,
cuando iniciamos los primeros contactos; en los compromisos periodísticos
contraídos desde plataformas mediáticas como Revolución y Cultura, La
Gaceta de Cuba, Arte cubano y Arte
por Excelencias; en nuestra participación en coloquios nacionales o
tribunales académicos; y en las tertulias teóricas de la galería Villa Manuela
de la UNEAC, que juntos organizamos y que tanto público atrajeron.
El peso de la gloria, 2010, técnica mixta sobre lienzo, 155 x 248 cm |
Fueron varios los artistas y las
expresiones que sirvieron de pretextos para conciliar algunas de nuestras
expectativas y criterios de valor. Esas concertaciones han quedado bien
documentadas en exposiciones, artículos y libros monográficos. Agustín Bejarano
fue uno de los principales artistas con los que mantuvimos una estrecha
relación profesional; por eso me satisface mucho que él haya decidido dedicar
esta última exposición suya, de cierto carácter retrospectivo, decantador, a la
memoria del excepcional crítico de arte, y que me haya invitado a escribir unas
palabras para el catálogo.
Cuando le pregunté a Bejarano sobre los
motivos precisos de esa decisión de realizar un homenaje a Rufo, me comentó lo
siguiente: Han transcurrido 25 años de la
muestra “Corte Final”, exposición que realicé en la galería de Luz y Oficios, y
que contó con las palabras al catálogo del Doctor en Ciencias del Arte Rufo Caballero. Eran los pasos iniciales de
su carrera como especialista cuando en el texto entabló una inesperada
reflexión sobre mi obra, que nombró La Cámara del Eco, en la que reflexionaba
sobre la valía de la obra de un artista a partir de sus logros tempranos. De
cierta forma aludía el éxito que yo había alcanzado hasta ese momento con la
serie “Huracanes” (1987-1989) y los premios adjudicados como estudiante del Instituto
Superior de Arte. También por esa década (1997) obtuve el Gran Premio en el
Salón Nacional de Grabado. Así que por más de un motivo, esta exposición que
ahora realizo adquiere un valor simbólico.
Rufo Caballero y yo estábamos siempre al
tanto de la producción artística de Agustín Bejarano, y escribíamos con
frecuencia sobre su obra en catálogos y medios nacionales de prensa. Aunque por
un buen lapso de tiempo tuve la impresión de que a él le gustaba enfocarse más
en la pintura y a mí en la parte gráfica (impresión sobre acetato), encomienda
que, para mi pesar y de otros seguidores, Bejarano fue disminuyendo con el paso
de los años. El libro monográfico que se publicó en el año 2006, y en el que
también participó la reconocida especialista Caridad Blanco, constituye una
prueba de la trascendencia fáctica de nuestros intercambios y prioridades
indagatorias en torno a su trabajo. Yo he continuado escribiendo sobre la obra
de Bejarano cada vez que se presenta una oportunidad, y aunque -como es lógico-
mi vinculación a su trabajo ha ido adquiriendo nuevos matices y perspectivas,
mis consideraciones acerca del valor de su producción visual no han sufrido
cambios radicales. Sigo creyendo -como Rufo Caballero en su momento- que es uno
de los artistas más originales y versátiles que dio el fin de siglo a la
plástica cubana.
Olympus IV, técnica mixta sobre lienzo, 150 x 434 cm |
Ambos críticos fuimos seducidos desde el
principio por la virtuosa imaginería del artista camagüeyano, por su inusual
poética de las asociaciones visuales, erigida a partir de una relación inquieta
y a la vez sublime entre lo clásico y lo contemporáneo. Reconocíamos su
obstinada –y en ocasiones aberrada- inmersión en los artificios técnicos del
grabado y la pintura, pero sobre todo sentíamos admiración por esa capacidad
intuitiva que posee para inquirir en los acontecimientos, para lidiar con el
acervo histórico del arte y sus modos de representación. Hay unas líneas
redactadas por el propio Rufo Caballero en la década del 2000 que describen con
elocuencia y matiz poético esa virtud innata del artista, notable desde los
comienzos de su quehacer artístico: Era
espléndida la temprana madurez con que el creador observaba la autosuficiencia
del mundo, su aleph intrincado y perdido. Lo entreveía, lo intuía, sin alcanzar
a explicárselo. Era un mundo connotado, que no hallaba la palabra, el orden del
raciocinio, la virtud de la filosofía.
Olympus VI, técnica mixta sobre lienzo, 156 x 434 cm |
Certeras y premonitorias fueron las
palabras de Rufo Caballero: claridad y turbidez, orden y caos en una misma
dimensión de los presentimientos personales. Pero todavía seguimos comprobando
la evolución de esa capacidad intuitiva de Bejarano desde los procesos técnicos
y las metodologías artísticas, a partir del rastreo sistemático y detallado de
las imágenes propias y ajenas, desde el recuento selectivo del dato epocal y el
anecdotario, y hasta desde la exaltación memoriosa de lo aparentemente
intrascendente. Es impresionante la capacidad que sigue teniendo Bejarano para
retener nombres, fechas, personalidades y gestos socializados. La evocación, el
recuerdo, son en la actualidad aliados incondicionales de esa potestad de
discernimiento.
Serie Anunciación. Corus VII, 2000, acrílico sobre lienzo, 156 x 214 cm |
Si antes ya se manifestaba así, ahora
más que nunca los fundamentos de la obra de Bejarano siguen rehuyendo de lo
doctrinario, de la especulación dogmática e “ilustrada”, para erigirse sobre
sustratos o capas vivenciales, sobre inquietudes, observaciones y suspicacias,
que quizás algunos de nosotros habíamos considerado retóricas o desestimadas.
Otras densidades representativas y alegóricas –deudoras del repaso, del
pastiche visual, pero también de la voluntad de emplazamiento-comienzan a
mostrarse como ejes del ciclo artístico en el que se encuentra actualmente.
Bejarano me ha aclarado que la
estructura de la exposición del Centro Provincial de Artes Plásticas se divide
en dos partes: Una que se denomina “Memorias”, y es un compendio de obras de
diferentes etapas de su trabajo, que denotan estadios importantes de su
trayectoria hasta la actualidad; y la otra está conformada por conjuntos de
pinturas sobre lienzos, realizadas recientemente, en técnicas mixtas sobre
grandes formatos, y en la que se incluyen dípticos y trípticos. Esta serie la
he titulado “Olympus”.
Serie Los ritos del silencio. Espera, 2002, técnica mixta sobre lienzo, 136 x 155 cm |
Sobre los antecedentes de esas últimas
piezas, Bejarano me ha declarado: “Olympus”
está inspirada en la serie anterior “Fronteras Humanas”, por la que Rufo
profesaba una gran simpatía, y sobre la que escribió vehementemente para el
catálogo de la muestra presentada en Toronto International Art Fair,
en 2003. “Olympus” conforma el núcleo principal de esta muestra, que he
titulado “La Cámara de Eco” (en conexión con las inferencias de Rufo), de corte
neoclásico, dado la terminación de las columnas y personajes que se representan
(a manera de estatuas) sobre pedestales y nichos. En su conjunto hacen
referencia a ciudades utópicas, cargadas de una narrativa épica (con obeliscos,
flores, estrellas y heráldicas); en la que se reiteran columnas que dan la
impresión de que suben y bajan, que apoyan la diatriba filantrópica, y semejan
las teclas de un piano o un macro-órgano de música, el mismo que simbólicamente
nos acompaña durante toda la vida.
La coqueta VII, 1998, grabado sobre plástico, 1100 x 740 cm |
No es menos cierto que estas obras
recientes, que serán exhibidas en el Centro Provincial de Luz y Oficio, darán
la oportunidad, sobre todo a los más jóvenes, de aquilatar los periodos y las
obras más influyentes e innovadores en la carrera de Bejarano, pero
encontraremos también –y ese es para mí el más contundente beneficio- nuevos
derroteros, nuevas composiciones e imágenes que hablan con humildad, y hasta
con asombro, sobre la gloria y la caída, el amor y el quebranto, la sujeción y
la vehemencia; que ensayan, tanto para el tema del espíritu insular como para
el de la escena cotidiana, doméstica, otros pedestales simbólicos de culto.
David Mateo/La Habana, 2017