Paréntesis abierto para el equipo de realización de “Panorama desde el puente”




En el último lustro de la década del ochenta del pasado siglo- eran mis tiempos de beca como estudiante de la Facultad de Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte- el pasaje del transporte público todavía costaba cinco centavos, “un níquel” al decir de los más viejos en Cuba.

Según el itinerario, era relativamente fácil coger una guagua en el paradero de Playa y bajarte en el Vedado para ir al teatro, al cine o a una galería y cerrar la noche en el Coopelia sano y de buen gusto, o en una de las abundantes pizzerías que con nombres italianos todas, abrían con elegancia sus puertas en ese cardinal barrio habanero fiel y entrañable protagonista de las letras de Guillermo Cabrera Infante.

El acto de graduados de nivel superior presumía un salario mensual de 198.00 pesos en moneda nacional. No existían, desde luego, las Casas de Cambio, no hacían falta, aunque en el mercado negro el canje circulaba a 5 pesos cubanos por un dólar americano. Poco más, poco menos.

Un par de tenis de dudosa calidad en “la shopping” podía llegar a costar unos cuatro dólares americanos. Pero desafiar la “Ley de Tenencia Ilegal de Divisas” representaba cumplir un año de prisión por cada dólar que te ocuparan. Todo un rompecabezas para los marchantes nocturnos del Vedado. 

Lejos de aquel trapicheo entrabamos nosotros, los recién graduados del ISA, a la vida cultural y profesional del país con 198.00 pesos en la mochila. No era mucho pero te defendías.   

Si íbamos al Hubert de Blanch- otrora sede del desaparecido y emblemático Teatro Estudio- a ver las esenciales puestas en escena de los maestros Vicente y Raquel Revuelta, Berta Martinez, Abelardo Estorino o al Teatro Mella siguiendo una robusta cartelera entre las acogidas de Danza Contemporánea de Cuba, el Folklórico Nacional o los monumentales y transgresores espectáculos del querido Roberto Blanco, teníamos la opción de merendar con dinero de bolsillo en la crucial cafetería California o en El Potín (“oficina de Roberto”- apuntaban los actores de Irrumpe) o en El Carmelo y hasta pagar algunos precios de la carta del restaurante El Jardín (“oficina” de Brene, me recuerda José R Vigo, actor de mil cruzadas).

Los más suertudos de nosotros si lográbamos trabajar en un programa de poca monta en la televisión, o si en la radio saltábamos “del banco” al micrófono, podíamos terminar el paseo de un sábado teatral cualquiera comiendo en La Carreta, El Cochinito, El Wuacamba o quizás en El Polinesio, El Conejito, según la mediana o larga y multicolor cola para entrar.

Había quien elegía un Club al mes para “sobresaltar” a la novia, y ahí estaba a la vuelta de la esquina El Sherezada, el Club 23, El Pico Blanco y hasta Las Cañitas del hotel Habana Libre, entre otros lugares de buenos feelings.

No era difícil hospedarte un fin de semana en el Hotel Sevilla de Prado y Trocadero, a unos pasos de la casa del gordo Lezama. Todo significaba algo más allá del hecho mismo.

Lista La Habana entera para estos infantes vivitos y coleando, recién graduados y nada de difuntos. Hacer teatro nunca ha sido labor fácil. Es un oficio muy egoísta. Casi siempre haces el teatro que pagas de tu bolsillo. Pero ese gesto no nos cohibía de más o menos incluirnos en la dinámica de una ciudad en apogeo y con opciones inmediatas a nuestra economía. De carencias no hablemos, no viene al caso.

Europa del este era una auténtica bomba de tiempo. En Rumania fusilan al presidente y a su esposa por crimen de lesa humanidad, la RDA pasa por encima de los restos del muro de Berlín y en Moscú Boris Yeltsin obliga a Gorbachov a firmar su renuncia como mandatario del Kremlin. En Cuba, el 26 de julio de 1993 se despenaliza el dólar y el 5 de agosto del año siguiente se desata la explosión social conocida como “Crisis de los balseros”. En ese contexto nace Vital Teatro.

El panorama nacional no puede ser peor. La depresión trasciende los mercados. La inventiva se trastoca en lo absurdo y genera más obstáculos. Nadie escapa a la pesadilla de los apagones organizados por zonas.        

En nuestros contrastes de lo que cada cual ha encontrado durante estas peliagudas más de dos décadas, siempre coincido con mi querido amigo Amado Del Pino en que asistir actualmente al teatro u otra acción cultural implica no solo desafiar el añejo problema del transporte público que “mientras agonizamos” se ajusta cada vez más a los ‘almendrones’ de diez o veinte pesos según la distancia a recorrer. Nuestro intercambio pica y se extiende sobre varios temas relacionados.

Hay un fenómeno cierto. Casi toda la gastronomía de la capital y los lugares de distracción diseñados con carácter exclusivamente lúdicos han pasado a ser negocios privados o las conocidas cooperativas con siderales precios, lo que contrasta diametralmente con el salario que devengamos los profesionales cubanos.

Eso, obviamente supone un absoluto y total divorcio entre dos esferas de la sociedad cubana que siempre fueron armónicamente de la mano, incluso, en los complejos años setenta cuando de botas rusas se llenaba el Paseo del Prado en la fiesta mayor de todos nosotros: Los Carnavales. 

El problema es grave. La década del noventa y su crisis económica sigue pasando factura. No hay intereses creados en reciprocidad y nadie puede luchar contra la banalidad del mercado alternativo sino ofrece profesional competencia. Pero para establecer un ritmo capaz, acorde, eficaz y competitivo ante las ofertas de ese mercado electivo, Ud. tiene la obligación de espolear y estimular a los profesionales como hasta ahora no lo ha conseguido.


Es inadmisible el hecho de que un actor profesional de nuestro país- del teatro en este caso- siga cobrando un salario mensual de 640.00 pesos cubanos mientras el canje se eterniza en 25 pesos por 1cuc. Una solución urgente por parte de la unidad rectora se impone en esa dirección. Tema tan aciago como un domingo lluvioso y triste. Ver emigrar a sus principales agentes es una profunda herida que sigue desangrando al teatro como manifestación artística.

El mundo ha cambiado extraordinariamente. No es un secreto para nadie. Las nuevas tecnologías están integradas a la vida de cualquier adolescente, de cualquier joven. La idea de que un espectáculo teatral se convierta en una opción inteligente y emocionante, de comunicación y pensamiento para la gente media o común, cuando muchas ofertas ya les dieron más que la espalda, parece a simple vista una locura irremediable.

Mucho más complicado es considerar “armónico y normal” el montaje de un espectáculo teatral a contracorriente de algunas actitudes tendenciosas que de entrada miran por encima del hombro tu trabajo como artista. No es nuevo. Los procesos de in o exclusión en nuestro movimiento teatral son legendarios, como legendarias son las subjetividades de los que deciden cuales agrupaciones teatrales van a desfilar por los escenarios de un festival o quiénes son los intérpretes que merecen de antemano ser incluidos en las calcadas listas de nominaciones a un premio de actuación.

Avanzar en ese sentido a partir de una ética profesional del diálogo parece una ilusión venida a menos. No obstante, hay que elogiar los esfuerzos de algunas opiniones tenaces, surgidas dentro de la Sección de Crítica e Investigación de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC, en aras de ser justos y no seguir premiando proyectos e individualidades que ni siquiera definen una vocación.

Mientras tanto, le escribo estas líneas abiertas al equipo de realización de “Panorama desde el puente” para que sigamos la fiesta de hacer teatro y celebremos el poderoso acto de haber conseguido- a pesar de los pesares económicos y otros lastres- repletar de viernes a domingo la sala Raquel Revuelta luego de sufrir, incluso, la fractura en dos partes de la temporada inicialmente diseñada. Lo que habla con voz firme y plena convicción de nuestra energía y capacidad de entrega hacia nuestro trabajo y de la necesidad para el público de dialogar y polemizar con un espectáculo como este. 

Han sido estas duras jornadas de trabajo. Ustedes lo saben mejor que nadie y nadie vendrá a reconocerlas mejor que ustedes mismos. Háganlo con humildad para poder saborear mejor lo que han- hemos- aprendido y aprehendido como resultado de nuestras discusiones durante el intenso proceso de montaje de “Panorama desde el puente”.

Esperándonos están “El Precio” y “Recuerdo de dos lunes” para completar la trilogía con textos del gran Arthur Miller y evocar la figura y el legado del maestro Vicente, cuya silueta sigue y seguirá moviéndose por el Vedado habanero.

La Habana, último día de octubre de 2014.