Por Mirta Narosky.
Licenciada y Profesora en Artes Plásticas.
En mi artículo anterior Cultura? hice referencia
al Arte, rescatando su carácter universal y atemporal. Definí Cultura e hice
una lectura acerca del legado humano a través de su historia, haciendo hincapié
en que considero a nuestra especie como la más dicotómica: capaz de realizar
las bellezas más extraordinarias, como así también ser artífice de las peores
atrocidades.
Debo aclarar que, si bien soy Licenciada en Arte, no
me he dedicado a escribir ni a hacer crítica. Puede que mis apreciaciones sean
algo viscerales, pues devienen de mi ser artista más que de mi bagaje teórico.
Dicho esto debo referirme a mis intenciones ulteriores de poner en
consideración mis cavilaciones sobre Arte: deseo profundamente estimular la
reflexión, el diálogo, y el cuestionamiento de los paradigmas establecidos en
la cultura de hoy.
No esgrimo certezas sino mis conclusiones subjetivas para
estimular la inteligencia y sensibilidad de todos…y ya ha comenzado a dar
frutos mi artículo anterior a estas intenciones.
Observando varias de las producciones estéticas
contemporáneas, me es inevitable vincularlas a cuestiones éticas.
Desde mi punto de vista, gran parte de lo producido
hoy, hace apología de la frivolidad y el facilismo. Y no es casual. Vivimos en
una época “resultista” y acelerada. El consumo, el valor económico y el éxito
inmediato son las metas del Sistema. Un fin en sí mismo.
Sostengo una teoría, no basada en estadísticas científicas
sino intuitivas: “Un cinco por ciento de los seres humanos produce cambios
trascendentes en la sociedad de su tiempo, otro cinco por ciento influye en
forma nefasta y el noventa por ciento restante simplemente se aviene a la moda
reinante”.
Apoyaré mi teoría con mi propia experiencia. Cuando
era adolescente estaba de moda la lectura, aspirar a la intelectualidad. Considerábamos
que cuánto más nos formásemos más éxito obtendríamos en lo que emprendiéramos.
Teníamos referentes a quiénes emular. En Arte, por ejemplo, la expectativa se
apoyaba en que trabajando mucho, estudiando a fondo el lenguaje plástico y
desafiándonos a nosotros mismos, tal vez llegaríamos a la excelsitud y
consecuente éxito.
Hoy no se conoce lo pasado. ¡No hay tiempo! Se busca
el camino crítico hacia el resultado rápido. Las herramientas: marketing,
lobby, efectismo… lo que sea necesario para “llegar”. Por ende no es fácil
encontrar oficio, metáforas profundas, obras sorprendentes en cuanto a calidad.
Estamos padeciendo a “colegas” que dejan morir a un
perro de hambre y de sed durante una muestra; o a quien expone licuadoras con
peces que, al presionar el botón, estos se despedazan; o a una mujer desnuda
que arroja pintura de su vagina; o jabones confeccionados con grasa de su propia
liposucción, etc., etc. Y todos estos “episodios artísticos” en Bienales,
museos o galerías importantes.
¿Cuál es el límite de lo considerado Arte? ¿Qué hace
que estos individuos no sean excluidos de la sociedad y se los aplauda? ¿Es el
hecho de que estas manifestaciones se produzcan en un espacio de Arte? Podría
decirse entonces que si yo, siendo Artista, entro en un museo y asesino a los
presentes, ¿estaría creando una performance, y se la consideraría un hecho
artístico?
Lo cierto es que estos hechos capturan la atención
de la prensa internacional. Todos tuvimos acceso a ellos. En cambio, una obra
sublime, llena de oficio, concepto y sensibilidad, jamás llegará a esa difusión
masiva e inmediata.
Mi elección, y la de muchos artistas -algunos más
ocultos y otros más expuestos- es seguir apostando a lo trascendente, a la obra
que quedará como testimonio de resistencia ante la intencionalidad de aniquilamiento
de lo más alto del espíritu humano.

